jueves, 26 de abril de 2012


¿De dónde viene lo que consumimos?

¿De dónde viene lo que consumimos? ¿Preferís la palabra “importado” a la de “nacional”?. Son preguntas que nunca nos hacemos, simplemente consumimos.
Muy de moda se puso en los últimos años hablar de una “sociedad de consumo”, de “consumismo”, etcétera, sin embargo, el consumo en sí no es lo malo, lo malo es la forma en la que consumimos.
Nuestros hábitos de consumo como paraguayos determinarán en que medida nos volvamos más o menos beneficiados en cuanto a nuestra calidad de vida.
Demos un ejemplo modesto, el jabón de baño que comprás, así como el detergente para platos, el queso en fetas o de cualquier clase y otros productos más que probablemente serán de origen argentino.
El aceite comestible es un caso aparte: en un reportaje televisivo del año 2011 en el canal 5 (Paravisión), se ofreció una trágica estadística, el contrabando de aceite comestible desde la vecina localidad de Clorinda (Argentina) perjudicó tanto a la economía nacional, que una industria nacional de producción de aceites para la cocina, redujo su plantilla de trabajadores de 60 empleados a sólo 6! No estamos hablando de que 54 hombres y mujeres perdieron su trabajo a secas. Y que mientras tanto la balanza económica se estabiliza gracias a las “importaciones” del óleo, esto es cierto, pero solo en parte. En una industria de transformación de materias primas en productos manufacturados si se necesitan de esas 108 manos más para fabricar, elaborar, envasar, etiquetar, estibar, distribuir y vender dichas botellas de aceite; en cambio, en el proceso de importación solo están involucradas la distribución y la venta, por lo tanto la producción manufacturera no puede ser reemplazada por este modelo.
Y lo peor de todo, la industria que despidió a estos empleados perdió mano de obra calificada, produjo desocupación, informalidad y quien sabe cuántos males más. Estamos hablando de trabajadores formales, con seguro social y garantías, no sacoleiros, mercaderes o comerciantes informales que no pueden ni siquiera garantizar su propia salud y la de los suyos. Y la empresa, una empresa nacional que da trabajo a los residentes y ciudadanos de nuestra nación, una empresa o industria, que si bien persigue el lucro, ayuda al sostén de las familias de los trabajadores y la directiva involucrados. Una hacienda que contribuye al fisco con sus impuestos, con los campesinos y productores de materias primas, al comprar sus productos para transformarlos y darle un valor agregado.
Y nosotros, los paraguayos, ¿qué hacemos? Nos detenemos en un semáforo de las calles de la Gran Asunción, ya sea en nuestro vehículo particular o en bus, incluso vamos a pie y compramos una o varias botellas del “aceitín” por unos irrisorios diez o quince mil guaraníes. Y nos creemos tan inteligentes, sabios, prudentes y conocedores de las grandes teorías económicas al hacer esto; porque “ahorramos”.
¿Ahorrar qué? Lo que compramos obedece al clásico refrán “lo barato sale caro” ya que en realidad es un espejismo económico, que nos promete ahorro de dinero en el acto de adquirir uno de estos productos –de hecho cumple esta promesa- pero después vienen las
“letras pequeñas”, primero como ya mencionamos, deja sin fuentes de trabajo estables y dignas a nuestros compatriotas y residentes; segundo, no paga ninguna clase de impuestos, por lo tanto el estado se queda sin dinero que es vital para que el mismo pueda costear la salud, educación, infraestructura y otras cuestiones vitales para el progreso del Paraguay; tercero, el contrabando de importación requiere un crimen organizado o rosca, en la cual, desde el que compra los productos hasta el oficial que deja pasar un cargamento en la frontera se confabulan para obtener una ganancia mezquina en detrimento de todos los paraguayos, lo que conlleva el acostumbramiento de la corrupción y deshonestidad como modus vivendi de estas personas, lo que es un muy mal ejemplo para todos; y por último, en cuarto lugar, los productos que entran de contrabando no han sido aprobados ni verificados por ninguna autoridad competente, por lo tanto, no tienen las mínimas garantías para la salud de los consumidores. Y sin embargo preparamos comidas para dárselas a nuestros hijos pequeños con estos “productos”.
¿Y si hablamos del consumo en los supermercados y mercados de abasto? Aquí si la cosa no se pone mejor; basta pasear y echar una ojeada a las estanterías de cualquier supermercado en el país para darse cuenta de que están saturados de productos importados! No hace falta ser un gran estadista o auditor para notar que en dichos pasillos –y arriesgo porcentaje- el 90% de los productos manufacturados son de origen brasileño o argentino, luego uruguayo, chileno, incluso boliviano y por supuesto de otras naciones más lejanas, ni hablar de las producciones fabriles de China Continental, que están por todos lados. Y luego los productos nacionales.
El común de nuestra gente compra lácteos argentinos –o no compra lácteos- , pastas chilenas, jugos en sobre del Brasil, hortalizas, frutas y verduras de Argentina y Uruguay, jabón en polvo de Bolivia y así podríamos seguir con esta lista…
Es cierto que los precios son el principal motivo, si un queso, por ejemplo, cuesta gs. 100 más barato, el argentino que el paraguayo, la gente optará por el más económico. Eso sí, recordemos que construir una nación requiere sacrificios personales y gs. 100 de más no hace mucha diferencia a la hora del ahorro.
Compatriotas! Defendamos nuestra industria, y la mejor forma de hacerlo es el ya consabido “CONSUMA LO QUE EL PARAGUAY PRODUCE, PRODUZCA LO QUE EL PARAGUAY CONSUME”.
Estos hábitos solo redundarán en beneficios, bienestar para todo el Paraguay y sus habitantes que tanto amamos esta nación de los confines de América del Sur.
Gasam Toutounchi Ruiz

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