jueves, 16 de mayo de 2013


LA AMENAZA DEL CAPITALISMO Y LA PATRONERÍA IRRESPONSABLE.
       
                       Quizás parezca una retórica, quizás un debate ya de por sí muy gastado; sin embargo, he querido una vez más meter el dedo en la llaga y comentar un punto de vista acerca del sistema económico en auge en el mundo actual, que, prácticamente no tiene competidores: EL CAPITALISMO.
                     
                       Muchos me tacharán de “zurdo” al escribir estas líneas, mas quiero resaltar el porqué de mi oposición a un sistema, que según muchos, y en este punto mee detengo y he de reconocerlo, muchísimas personas muy criteriosas e inteligentes y destacadas, que tienen un gran caudal de conocimiento defienden.

                        Básicamente el capitalismo defiende la propiedad privada y el libre mercado; conceptos con los cuales me muestro plenamente de acuerdo: es cierto, todos, y digo TODOS tenemos derecho a usufructuar y hasta de ostentar, si se quiere, las cosas que hemos adquirido por medio de nuestro esfuerzo laboral, intelectual, físico o por nuestra creatividad. Ahora bien, la economía se basa primordialmente en manejar y coordinar específicamente y del modo más eficiente posible los tres medios de la producción: CAPITAL, TRABAJO y TECNOLOGÍA.

                        La lógica del capitalismo “puro” es muy simple, ilustrémosla en un burdo, pero útil ejemplo: se tiene la intención de crear una empresa con miras a obtener rédito económico. Desde la óptica del sistema capitalista, entonces, se procede a convocar a los tres medios necesarios que ya mencionamos, hace su aparición el Capitalista, la persona o figura física o jurídica que otorga el dinero necesario para financiar la actividad. El segundo convocado en este equipo es el “Recurso Humano”, es decir, aquel que vende su fuerza laboral (su tiempo, sus energías físicas y mentales) para maximizar el provecho económico del emprendimiento. Y en tercer lugar: el elemento no humano, la tecnología o técnica, de la cual se sirve la mano de obra y el capital para poder transformar la materia, ésta por ejemplo puede ser una semilla de soja que ha de transformarse en grano, en nuestro típico caso doméstico del Paraguay. Sea también para transformar un concepto (una idea útil en la o las cabezas de alguien) en un servicio útil natural o artificialmente, siempre, reitero, con miras a un rendimiento creciente del capital.

                        Como bien podemos observar, en este sistema económico, el objetivo primordial es ganar dinero, separándose de la ética y la moral en mayor o menor grado dependiendo de los valores y la tolerancia de la sociedad donde se practique. Entonces, como el capitalista es aquel que otorga el pulso económico inicial, es decir el financiamiento para el surgir y el mantenimiento de la hacienda proyectada, es más, él es aquel que otorga el dinero para la compra de la materia prima a transformar, aquel que se encarga de remunerar a los “recursos humanos”, aquel que adquiere las herramientas y elementos necesarios para la actividad a desarrollarse. Esta situación nos lleva a una inevitable asimetría que justifica plenamente el nombre de Capitalismo, en una imaginaria balanza donde quien tiene el control del capital es el que manda y el que obtiene más beneficios en detrimento de los otros dos “medios”, a los cuales, por supuesto, controla y dirige a su capricho.

                       Esta coyuntura nos conlleva a otra realidad: quien detenta los medios del capital, por lo tanto, también detentará a su arbitrio los otros dos “medios” de la producción: el factor humano y la técnica. Por tanto, siempre será el ganador en esta mano de póquer económico (el capitalista). El siempre obtendrá beneficios, en cambio las personas que no reúnan una masa crítica del capital deberán conformarse con – en muchos casos – magras remuneraciones que otorgue el que tiene el control del capital a ellos, siempre por supuesto, bajo las leyes de la oferta y la demanda, por ende, el factor humano, en este caso, es tratado como una mercancía más a la cual poner precio.

                      Fíjese que en todo este contexto, hablamos refiriéndonos a los trabajadores como “medios” (entre comillas). Si rebuscamos en la misma literatura sobre economía capitalista y neoliberal también se refiere al trabajador como un “medio”; yendo más lejos inclusive, en la jerga empresarial moderna y occidental se refiere al trabajador como “Recurso Humano”.

                      He aquí el punto al cual se quita la máscara de progreso, armonía y crecimiento económico al capitalismo y sale a relucir su verdadero rostro: un sistema político y económico que deshumaniza la naturaleza misma del trabajo y la rebaja al mero estado de “medio”, es decir de un puente por el que se pasa encima para conseguir lo perseguido: el dinero.

                      Parafraseando a Les Luthiers: “La esclavitud no se abolió, se redujo a ocho horas diarias”. Es la triste realidad en el orbe entero. Es decir, el sistema capitalista, como ya mencionamos en el párrafo anterior e insisto sobre el tema, deshumaniza, socava, rebaja, mecaniza, minusvalora completamente la naturaleza noble, digna, emprendedora y existencial del trabajo. Y lo que es más grave, también deshumaniza y reduce a nivel de simple herramienta reemplazable y prescindible al trabajador, que al fin y al cabo es un ser humano y como tal, debe ser una finalidad en sí mismo y no un sencillo “medio” de la producción.

                       Por tomar un ejemplo, en el mundo de las empresas locales, salvo contadas y honrosas excepciones, las ocho horas laborales siguen siendo un absoluto mito, una utopía. En muchas empresas privadas son frecuentes como el pan de cada día los atropellos en materia de tiempo prestado al empleador en horas laborales, en cientos, si no en miles de instituciones privadas enfocadas al lucro se obliga al empleado a trabajar nueve, diez, once y hasta doce o incluso más horas al día y el total de horas extras mensuales no se reembolsa de ningún modo.

                      En más de una ocasión escuché a gente hablar acerca de sus empleos y al preguntarles sobre la extensión diaria de su jornada laboral, era impresionante escuchar siempre la misma respuesta: nueve, diez u once horas laborales diarias, sumando mucho más de las cuarenta y ocho horas semanales máximas establecidas en nuestro código laboral, y ni hablar de los trabajadores que en penosas condiciones no disfrutan de descansos semanales y son obligados a trabajar fines de semana, feriados, y en horarios nocturnos sin la mínima gratificación. En todos estos casos, como ya dije antes, no se remuneraban de ningún modo ni bajo especie, género o beneficio alguno al trabajador, argumentando siempre el mismo sonado discurso en caso de un reclamo que mostraba claramente la “mala actitud” o “diferencia irreconciliable” del trabajador. Se responde siempre del mismo modo desde arriba: “no es la política de la empresa pagar horas extras”, “tu actitud no te ayuda…”, “hay muchas personas afuera esperando por el puesto que es tuyo ahora” y así podríamos seguir con una lista interminable de argumentos similares y “amables” reprimendas de los empleadores a sus descarriados
colaboradores, en fin, un rosario de amenazas y amedrentamientos que instalan una cultura del terror en el ámbito empresarial a ser despedido si se pide lo que a uno le corresponde por mínima justicia como empleado abnegado y eficiente.

                     Parece ser que se escudan en el fantasma del desempleo, el cual viene a cumplir la función de “garrote” que se muestra al humilde trabajador que se atreve a pensar por sí mismo y reflexionar sobre su verdadera situación, ese mismo garrote se utiliza sin contemplaciones en el caso de que algún valiente, pero tonto héroe se inmole laboralmente al exigir el cumplimiento de una garantía de la ley que lo protege.

                     El hecho, no menos llamativo de la “flexibilidad horaria” ha sido la carnada o mejor dicho el cebo con el que se atrapó a los incautos sindicatos y trabajadores hacia la trampa de “mojar la camiseta por la empresa” y permanecer más horas de lo habitual sin chistar y sin reconocimiento alguno por parte de la empresa y en detrimento, por citar algunos ejemplos, del tiempo dedicado a la familia, los amigos, al esparcimiento y al crecimiento personal, sea éste de orden académico, deportivo, cultural, religioso o de cualquier otra índole no menos importante que la actividad económica.

                     No pretendo criticar esterilmente a un sistema, que, según veo a todas luces nos da mucho menos de lo que nos dice que nos da. Es importante que tomemos conciencia y reflexionemos sobre estos temas y que podamos exigir libres y sin miedo a eventuales represalias nuestros legítimos derechos, con el fin de migremos del capitalismo caníbal de hoy a un sistema más justo y humano.

Gasam Toutounchi Ruiz

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